¿Cuándo comenzaste a interesarte por la fotografía?
Comencé a hacer fotografía cuando ‘desembarqué’ en Nueva York en 1986, obnubilada frente a esta increíble ciudad que hoy, después de casi cuatro décadas de residencia permanente, no dejo de (ad)mirar con ojos curiosos y atónitos de porteña auto-exilada. Como habitante de dos mundos, encuentro en la fotografía una conexión, una pasarela, un salto a la poesía visual urbana.
¿Cómo fue tu formación en el oficio?
No tuve educación formal en fotografía, pero siempre me interesó el arte en muchas de sus formas: la fotografía, la poesía, el dibujo y sobre todo el cine. Sin embargo, cualquier de esas actividades como carrera estaba fuera del espectro de lo posible. El mandato familiar era elegir una carrera “con salida laboral.” Mi formación, que continua hasta hoy en día, proviene de estudiar a los/las grandes de la fotografía en museos, galerías, libros y documentales, y leer textos claves sobre la fotografía desde distintas perspectivas y disciplinas: Barthes, Abbott (El mundo de Atget), Sontag, Benjamin, Bourdieu (La fotografía: Un arte intermedio), Szarkowsi, etc. Paralelamente, me fui formando en la práctica cotidiana, con ensayos y errores, en vagabundeos visuales por las calles de Buenos Aires y de Nueva York.
¿Cómo es tu método de trabajo? ¿Partís de algún tema o concepto?
Aunque hago uso de mi intuición geométrica, uno de los gajes de mi oficio, la fotografía pone en acción mi parte no-racional. Si la pienso demasiado, se pierde lo espontáneo del impulso original. Cuando disparo varias veces seguidas, me es difícil elegir la mejor y casi siempre termino guardando la primera versión, la que hice (casi) sin pensar. William Eggleston, cuya obra admiro muchísimo, dice algo parecido en una entrevista videograbada en el año 2011 (https://www.youtube.com/watch?v=gGR6_H-G17c). Con la práctica voy aprendiendo a anticipar cómo va a salir una foto antes de hacerla. La ventaja, sin duda un efecto democratizador, es que con la fotografía digital, “entrenar la mirada para poder ver más cosas” (Aldo Sessa) es casi gratis o, mejor dicho, cuesta tiempo, pero no plata.
Casi nunca me planteo un tema de antemano ya que eso tornaría lo que hago más en un trabajo que en un juego. Además, pienso que definir una temática a priori de alguna forma me impediría estar abierta al serendipity (¿cómo traducir esta hermosa palabra?). Las series van tomando forma retroactivamente, cuando reviso y organizo mis imágenes. Algunos ejemplos: “Multiplicidades,” “Carteles,” “Rojo,” “Vidrieras,” “Escenas callejeras,” “Persianas,” “Postales del Hudson.” Lo mío es una mezcla de bricolaje y glaneur (rebuscar, espigar) en el sentido de la maravillosa película de Agnes Varda. A veces hago borradores o apuntes y después vuelvo al mismo lugar, otro día, a otra hora—me gusta hacer fotos a la mañana temprano o al atardecer; detesto la luz del mediodía y de la media tarde—o en otro estado de disponibilidad mental.
¿Qué cosas suelen llamar tu atención cuando estás con un dispositivo fotográfico?
En mis caminatas, aleatorias (flaneur) o con destino pre-determinado, mi ojo se detiene en lo mundano, rara vez con intención foto-periodística de documentar situaciones o eventos. Lo que me llama la atención, en cambio, son los objetos abandonados, en desuso (de eso hay de sobra en esta ciudad donde todo, hasta las personas, son fácilmente descartables); las cosas amontonadas caóticamente o prolijamente apiladas; cornucopias, repeticiones, multiplicidades; líneas (sobre todo oblicuas, diagonales), figuras geométricas irregulares; letras, frases, números y otros símbolos; ropa en venta, colgada en las paredes descascaradas del mercado de pulgas de Chelsea (Ropa usada); y, debo confesar, los reflejos en charcos, ventanas, edificios y vidrieras. Me atrae la textura de materiales tales como la madera, el papel, el cartón y el metal. Hay una foto que vengo haciendo desde hace años, al costado de un quiosco, en la esquina de Broadway y la calle 116, furtivamente ya que me consta que al quiosquero eso le cae mal, de una pila de diarios viejos (el New York Times), sobrantes de la venta del día o de la semana, atados con un cordón tipo paquete, la cual se va deteriorando, en la intemperie, debido a la inclemencia del tiempo. Se trata de una serie, todavía sin publicar, que se titula “Noticias de ayer.”
Leer entrevista completa en www.contrastes.la
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