Las fotografías de Betina Zolkower presentan al espectador una secuencia de imágenes poéticas clandestinas, extraídas de rincones a menudo ignorados del paisaje urbano moderno, poblados de detritus, reflejos y refracciones distorsionantes y desorientadores, y patrones visuales que acechan a plena vista, pero más allá del umbral de nuestro reconocimiento. Siguiendo la gran tradición de los fotógrafos callejeros Eugene Atget y Aaron Siskind, sus fotos preservan para nosotros ejemplos de lo absurdo y de la abstracción de lo cotidiano, que nos observan si nos tomamos la molestia de mirarlos de cerca (Stephen Adamian, profesor de literatura inglesa e historia del arte, St-Lawrence College y Universidad Laval, Quebec).
Betina ve cosas que la mayoría de nosotros pasa por alto. Seguramente su formación matemática/didáctica influye en su capacidad para identificar trozos de la realidad que tienen un grafismo especial, muchas veces denotando sutilmente el paso del tiempo. No le interesa tanto detener el movimiento como dar testimonio de las transformaciones de los objetos, realzando texturas y colores de objetos cotidianos. En ese sentido, realmente da igual si la foto viene de una cámara sofisticada o de un teléfono móvil, lo que importa es que la imagen refleja la estructura de objetos muchas veces inanimados pero que delatan su transformación con devenir del tiempo. Las suyas no son composiciones casuales, ni armadas intencionalmente, sino encontradas gracias a una mirada atenta y curiosa de la vida normal. Sus fotografías nos invitan a detenernos un instante y reflexionar, incluso a pensar cuántas veces hemos pasado por algunos lugares que podemos reconocer y, sin embargo, no fuimos capaces de detectar lo que su mirada curiosa y atenta nos ofrece otra oportunidad de revisitar. (Enrique Shore, fotógrafo argentino residente en Nueva York desde el 2013, www.photoandvideomemories.com)
“Desmaquillar también la realidad” Así resume Walter Benjamin en Pequeña historia de la fotografía el imperativo que aflora en las imágenes de Atget, aquel actor parisino devenido en fotógrafo. Betina Zolkower hace su propio poema por ese camino. Si el desalojo del aura, en palabras del ensayista alemán, fue la operación que realizó Atget al fotografiar el paisaje urbano a fines del siglo XIX, ella vuelve su lente sobre la ciudad del siglo XXI. Su mirada atrapa muchas otras, que interrogan al espectador acerca de la tensión entre la soledad y la muchedumbre. La contracara de esas miradas, que en algunas imágenes se presentan como todopoderosas, emerge en la agencia de los objetos. […] Así circulan estas imágenes, invitando al vagabundeo visual, a detenernos ante el mundo semioculto, pero a flor de piel, de lo cotidiano. En las imágenes de Betina Zolkower, parafraseando a Susan Sontag en su clásico texto, la foto se acerca a la poesía, ya que ambas están en las cosas (Flavio Grinblat, profesor de Filosofía en la UBA y de Teoría del Arte en el Instituto Municipal Superior de Artes Plásticas de Avellaneda; poeta, narrador y ceramista).
Las fotografías de Zolkower son inquietantes precisamente porque nos resultan familiares. Nos traen a la memoria los fantasmas de la vida urbana que apenas vislumbramos en nuestra prisa por hacer cosas sin duda de gran importancia. Tan vívidamente documentada por su lente, ya no podemos escapar a la textura esencial de nuestra vida cotidiana: la arrebatadora decadencia, las socarronas huellas de lo asilvestrado en lo geométrico, los reflejos fugaces en reflejos que insinúan casualmente el terror de la regresión infinita. Cuando se les da la palabra, alteran nuestras nociones románticas y abstractas de lo que debe ser con una insistencia física, ruda y estridente en lo que es, obligándonos a reconocer nuestro frágil papel en este ecosistema justo en el momento en que nos damos cuenta de lo poco que lo entendemos. El verdadero milagro es que Zolkower envuelve esta inquietante iluminación en una belleza tan afilada que quedamos agradecidos por lo que nos muestra y deseosos de ver más (Jonathan Englander, abogado neoyorkino residente en Bangkok, donde trabaja para productoras de Hollywood y de TV).
Fue George Simmel, el gran filósofo y sociólogo alemán de comienzos del siglo XX, quien primero entendió que la ciudad, la metrópoli, es el punto de partida para entender la vida moderna, en su personalidad y disposiciones, en su intensidad cada vez más insoportable, en sus cristalizaciones subjetivas y objetivas, pero sobre todo en sus fragmentos. “Todos somos fragmentos no sólo del hombre en general, sino de nosotros mismos.” En la intersección de esos mundos múltiples y paroxísticos, el arte fotográfico de Betina Zolkower destella por su mirada transeúnte construida al aire libre, de encuentros al pasar y poco propicia a los confinamientos (Maristella Svampa, socióloga, escritora y activista).
Soñando límites, fronteras, olvidado, un número 48 que quedó fuera de sistema, adherido a una pared chorreada de suciedad y que a nadie le importa. La ironía de allure, un destruido y oxidado cartel de una gaseosa. El título de un hermoso tema musical, atravesado hacia la imagen. Una serie de intercomunicadores y timbres vetustos que ya no anuncian. En Angst, la angustia es roja y violenta, y nos acecha con rara forma de dragones a la vuelta de la esquina. Simpleza en la belleza matemática de this and that. En found object los desechos de la sociedad de consumo, cajones de madera apilados en busca del cielo. Untitled es el alarido de Munch en fractal, repetido hasta la angustia que provoca la falta de lenguaje. En Obelisco, Buenos Aires es un semáforo en verde entre la niebla y detrás, el fálico monumento. Here and there, por supuesto desde aquí, el punto de vista del George Washington Bridge, que une o separa. Vecinos: un gregario panel de portero eléctrico que muestra lo evidente, pero para pocos (Sandra Pien, poeta y periodista cultural).
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